La lagartija se encontraba en la pared de la casa de ella, y ella estaba a su lado. Era la niña más bonita del barrio y puede que hasta de la provincia. Y por suerte era su mejor amiga, incluso podía decir que era su única amiga.
La lagartija tomaba el sol ajena a que él la observaba con la intención de quererla capturar, meterla en un tarro con varios agujeros y convertirla en su mascota del verano. Lo único que le frenaba era ella, no quería parecer estúpido saltando sobre la lagartija y que se le escurriera. Prefería estar allí comiendo rebujinas y mirando como su melena caoba brillaba al sol. AY!!! Era un hombre feliz, aunque su madre le dijera que le faltaba un buen trecho para madurar.
La lagartija permanecía innovil, tanto como él. Su mejor amiga se levantó y antes de que se diera cuenta, como un guepardo en la sabana, un visto y no visto, la chica mas guapa del barrio, su única amiga, tenia la lagartija en su mano. La apretaba con fuerza. Entró en casa y poquísimos minutos después salía con un tarro con algunos agujeros, la lagartija quería escapar pero era del todo imposible. Ella se dirigió a él y se la regaló bajo la consigna que fuera la mascota de ambos. Él aceptó.
La lagartija perfecta en colores y formas permanecía dibujada al final de la espalda de la chica más bonita de la provincia y puede que hasta del país. Habían pasado algunos años. Él había tenido algunas novias y ella algunos novios. Por fin había madurado, al menos eso era lo que le decía su chica, aunque no sabía si era muy fiable viniendo de ella. Era bastante terremoto en muchas ocasiones, pero le encantaba. Justamente fue eso lo que le enamoró. Ahora en las tardes ociosas de primavera la mira y recuerda aquella tarde cuando capturaba lagartijas y la apretujaba con fuerza con esa mueca de niña indomable. Aún sigue con esas muecas cuando algo le gusta de verdad.